Vivienda, Urbanismo y Salud PúblicaAl arquitecto de origen austriaco, RICHARD NEUTRA se le atribuye una célebre anécdota: ante la insistencia de una pareja acaudalada para construirles una vivienda “como él quisiese”, les dijo: “es posible hacer una casa para que ustedes se divorcien en dos meses”... La opinión obliga a pensar.
Vivienda y comportamiento humano
El diseño se vincula a lo bello, pero sin necesidad de marginar lo útil, siendo preciso conocer las necesidades e inquietudes humanas en cada momento, dando entrada a la singularidad de los individuos, a su régimen de convivencia, conjugando la economía de medios. La planificación y diseño de la vivienda ha de discurrir atendiendo a las formas de evolución de los integrantes del tejido social, a su realidad y tiempo histórico. “La vivienda de nuestro tiempo aún no existe. Sin embargo la transformación del modo de vida exige su realización” (MIES VAN DER ROHE, Berlín, 1931).
La importancia de un diseño equilibrado pasa necesariamente por la consideración de aspectos básicos como el espacio, entorno, con instalaciones y medios dentro de un SISTEMA, entendiendo por tal un conjunto de elementos coordinados entre sí, sujetos a interacciones mutuas, que de forma ineludible va a influir y están ligados al comportamiento humano, a su forma de actuar.Entre otras cosas, el espacio que ha de disponer la vivienda ha de ser suficiente, tal que se eviten y reduzcan las tensiones emocionales de los ocupantes/inquilinos, pues no pocas veces tales limitaciones abocan a diversas formas de conflicto, de congestión humana, propiciando violencia, gestos hostiles, que en tantas ocasiones se proyectan sobre los más débiles. El desenvolvimiento de la vida cotidiana en ciertas condiciones crea, al menos, unas situaciones de riesgo que es preciso tener presentes, y prevenir.
Conocida es la experiencia de que a las ratas cuando se les reduce su espacio vital se vuelven mucho más agresivas, hasta el extremo de llegar a la aniquilación de sus congéneres. Esto es trasladable al comportamiento de los grupos humanos, tanto que el nivel de violencia crece en el medio urbano, y cuanto más cuanto mayor es el grado de masificación de hacinamiento en que se ven obligados a vivir. Igualmente, en no pocas ocasiones procesos respiratorios crónicos están íntimamente ligados a una orientación inadecuada de las edificaciones
Proyecto y diseño de la vivienda y su entorno en modo alguno han de sacrificarse a una idea restringida de funcionalidad. Así, los pasillos, quizá considerados por alguno como inútiles, pueden desempeñar un papel importante, por ejemplo entendidos como el lugar donde juegan los niños. Del mismo modo, jardines, los espacios verdes, fuentes y plazas públicas (algo muy distinto a la “gran plaza” del área comercial) contribuyen de forma decidida a aliviar las tensiones y hacer el entorno más higiénico.
Cuanto se relaciona con la vivienda se merece un especial respeto, un trato exquisito, lo que queda muy bien recogido en esta reflexión: “como espacio vital para las familias, la vivienda representa el escenario físico desde el cual se construye la unidad básica del tejido social. Por ello la vivienda es no sólo el espacio vital donde la familia abreva su esperanza en el porvenir, sino que además es el sitio donde se manifiesta el esfuerzo, el sacrificio y la convivencia de los seres más queridos. La vivienda es por eso el espacio por excelencia donde se recrean los valores educativos y culturales de toda la comunidad” (Tiempo, México, 04.04.05).En el ámbito de la Salud, entendida la energía que permiten vivir y enfrentarse a las situaciones de conflicto, necesariamente vinculada a un proyecto de Cultura, la vivienda ha de ocupar un lugar prioritario. Cuando los requerimientos para una vida saludable desborda los estrechos márgenes de la medicina, la Salud deja de ser cuestión médica, ni siquiera estrictamente sanitaria.Gestión urbanística multidisciplinar
Un “sistema urbanístico” ha de dar cabida a la integración del hombre y sus necesidades con el medio en que ha de desenvolverse.Tal sistema puede concebirse como un organismo vivo. Es innegable que los asentamientos humanos, considerados en su globalidad, pueden mostrar su “rostro” peculiar, atendiendo a su modo de desplazarse, palpitar, latir, expandirse y “dilatarse”, formas de comportamiento y vida, grandezas y miserias, capaces de definir paradigmas tan singulares y distantes como Tokio o Houston. Si la función hace el órgano, el órgano también puede modificar la función.
Es preciso contar con expertos en diferentes ámbitos, y sin olvidar la opinión de los usuarios, de los futuros utilizadores de las instalaciones. El punto de vista de cada uno de los llamados ahora a participar ha ser útil en distintos momentos del Proyecto. Y cualquier Proyecto ha de radicar en la iniciativa que se fragua en el pensamiento, partiendo de una discusión de ideas, culminando con su ejecución, siempre bajo el común denominador de su evolución en el tiempo, de las exigencias sociales, del respeto al individuo.
La gestión de la forma de construir unida a una vocación de progreso se remite a un carácter multidisciplinar, participativo, global, huyendo de concepciones monopolistas, unidimensionales. Si el Edificio se entiende como la construcción de la estructura de que se trate, con materiales resistentes, y, además, para cumplir con uso determinado (vivienda, industria, centro de espectáculos, museo,…), ese mismo “uso determinado” ha de asociarse a muy variadas cuestiones (culturales, étnicas, sociológicas, psicológicas, ambientales, climáticas,…), por otra parte no siempre respetadas, tanto más cuando se han aplicado clichés importados, a veces después de encarnizados concursos.
Democratización de la cultura urbanística
Si tradicionalmente, al menos para el “gran público”, al arquitecto se le relaciona directamente con proyectar y construir edificios, así como con la investigación del espacio y la luz, utilizando diversos materiales (hormigón, acero, vidrio) hay que insistir igualmente en la importancia que tales proyectos tienen en el comportamiento de los grupos humanos, tanto que la estructura como célula de un sistema ha de conectarse dentro de un programa urbanístico.
El conocimiento por el mismo “gran público” de ciertas cuestiones, de una “cultura urbanística”, permitiría su implicación de forma más activa en el control democrático de la sociedad.
Cultura que haría posible el desarrollo de una especial sensibilidad capaz de establecer un diálogo con el entorno, sopesando la historia y los valores recibidos de las generaciones precedentes, para tener argumentos con que rebelarse también contra la pasividad impuesta, consecuencia de la indolencia y del abandono que hace creer y crecer en la opinión pública que esas tareas son única y exclusivamente cosa de otros, un aspecto más del derroche de estupidez del “especialismo”, soberbia anclada en esquemas reduccionistas.
Esa misma estupidez y desinformación es la que propicia la reproducción clónica de espacios sin afecto, no dando cabida al sentimiento de las personas, que no hablan, que pretenden la concentración de aglomeraciones humanas ofensivas para el individuo, cultivando su ignorancia.
La “ciudad genérica” descrita por REM KOOLHAAS, los “no-lugares” (MARC AUGÉ, “lugares”/”no lugares”: conocimiento/desconocimiento) que arrasan hasta donde sea necesario el medio natural, que abrasan los sueños, muestran una perversidad deliberadamente provocada, creando periferias y extensiones artificiales en contextos encaminados al sometimiento de comunidades enteras, abonando su miseria espiritual, “encronizando” conductas pueriles, manipulación que va al encuentro de los siervos ideológicos de esta otra nueva sociedad, atmósfera que transforma a las personas en unidades de consumo, organizadas como instrumentos del mercado, como materia prima capaz de procurar el mayor rendimiento a la máquina del capital, buscando su máximo beneficio.
El enorme crecimiento experimentado en SHANGHAI (China) en los últimos años es objeto de un artículo publicado en un semanario español en mayo/2005. Decía: Algunos residentes se resisten a abandonar la casa de sus antepasados para dejar paso a las torres de lujo, a lo que un ciudadano añade: “de las 1270 familias que había aquí quedamos 28. Los promotores, que están aliados con algunos funcionarios corruptos, envían gánsters para cortar los cables de la electricidad y pegarnos. Y si avisas a la policía no sirve de nada, está comprada. SHANGHAI ha destruido su cultura. Los nuevos edificios son como celdas de una prisión, con un número y nada más. Si se derriba esta casa, habrán acabado con la historia de mi familia”. (El País semanal, 22.05.05).
De este modo en vez de solucionar problemas se vienen a añadir otros a los ya existentes, oponiéndose, en definitiva, al verdadero progreso social.
Por un urbanismo y arquitectura no patógenos No dar la importancia que se merece a las anteriores consideraciones, tan elementales, adquiere un peso determinante en el comportamiento de las gentes, condicionando sus vidas, expropiando su individualidad, trayendo soledad, desarraigo, aburrimiento, desesperación, violencia, y otras alteraciones y trastornos, que hostigan y enrarecen el “interface” del respeto mutuo, que perturban y ensucian los mecanismos de permeabilidad de los SISTEMAS, terminando por desbaratar la imprescindible homeostasis social. Cuando se habla de “patología” de los edificios, se suele hacer referencia a los daños y “enfermedades” que sufren los mismos, aún cuando la aplicación del término de “patología” no sea la más conveniente (patologia: ciencia que estudia las enfermedades). De cualquier modo, lo que ahora se pretende en el contexto del presente desarrollo es remitirse al daño que los edificios, y por extensión las urbanizaciones que los engloban, provocan o potencialmente pueden causar a las personas, esto es la acción patógena capaz de desencadenar, tanto es así que en este orden en lugar de recurrir a la manida expresión “síndrome del edificio enfermo” lo correcto es decir síndrome del edificio patógeno. Más de uno no dudaría en encuadrar tales procesos dentro de lo que eufemísticamente se ha dado en llamar enfermedades de la civilización, un aspecto más de la descarada medicalización de la vida, y de la confianza desmedida en el “aparato formal de asistencia” (ALDO NERI). En cualquier caso son expresión de un fenómeno creciente que se corresponde con procesos ligados a una “epidemiología fría”, directamente relacionado con estos nuevos estilos de vida, que sin duda desbordan los estrechos márgenes de la acción clínica, tanto que aquí la medicina tiene un valor residual en la tarea generar Salud, tanto igualmente que el problema, en su tratamiento, ha deja de ser de incumbencia médica. Una “buena” arquitectura no ha de ser patógena. Una “buena arquitectura” ha de contribuir a fomentar la Salud de los ciudadanos, su desarrollo como personas, su adecuado equilibrio emocional, su calidad de vida. Una “buena arquitectura” ha de permitir otear ese horizonte ambiguo que es la felicidad de las personas, el anhelo más preciado que persigue el ser humano, o, al menos, encontrar un equilibrio, fin, por otra parte, por el que deberían trabajar denodadamente los políticos en el desempeño de su oficio. Una “buena arquitectura” ha de tener la valentía suficiente para rebelarse ante las tentaciones especulativas, con capacidad para rechazar planteamientos que únicamente obedecen a la avaricia insaciable de unos pocos. Ha de erradicar el pragmatismo que se nutre en la codicia, que devora la ilusión de tantos profesionales, que ahoga su entusiasmo, que impide llevar a la práctica buenos proyectos, condenándolos a una rutina estéril, a la docilidad y sumisión. Cierto que a algunos sólo les queda el consuelo de saber que los pioneros son siempre suicidas.
*** CR. MR Jouvencel / mayo/2005 |