Riesgo y Trabajo

 

 

 

 

1.-  Introducción

  

Trabajar es necesario para un equilibrio saludable, pero sin control de sus riesgos incide en la calidad de la vida, y a veces la acorta. Las nuevas tecnologías y formas de producción traen otras formas de enfermar. Ya hace bastantes años un representante político español afirmó que “el trabajo representa aún para muchos sufrimiento, mutilación, enfermedad y muerte” (1), sin embargo, estas mismas palabras, desgraciadamente,  siguen teniendo, hoy día,  plena vigencia.

 Con excepción de los riesgos destinados a  perdurar en cualquier época o lugar, pues las fuerzas que los gobiernan escapan al control humano, aquellos otros que no participan de esa fatalidad están sujetos al cambio, precisamente por la intervención del hombre sobre los mecanismos que los producen.

 Riesgo es “la contingencia o proximidad de un daño” (PODETTI), en cambio, en rigor conceptual.  Peligro supone la inminencia de un daño. Esta distinción ha de tenerse clara  y muy presente   en un orden operativo de prevención.

  

Hombre y sociedad han de acomodarse continuamente a la dinámica evolutiva que en su desarrollo generan, entre otras razones, para autoprotegerse de las amenazas que el mismo progreso trae consigo, imprimiendo sus efectos sobre el factor riesgo, sometido a permanente transformación, condicionado y condicionando nuevas formas de vivir, pensar, actuar. Esta realidad se plasma en sentidos opuestos: uno,  disminuyendo exposiciones a peligros existentes; otro, induciendo  nuevos riesgos, tanto en cantidad como en calidad, en todos los ordenes de la vida.

  

Frente al riesgo se invoca seguridad, como elemento contrapuesto. No obstante ambos aspectos no han de ser tomados como valores absolutos, sino bajo un criterio acomodado a las circunstancias imperantes en cada tiempo. Esto da entrada a una concepción elástica y flexible, tanto que no hay nada seguro de riesgos, lo que, a su vez, lleva a asimilar la categoría del “riesgo aceptable” (W.W. LOWRANCE),  o “medida de la probabilidad del daño que podría infringirse”, en conexión con el concepto de seguridad, entendido ahora como “la evaluación del grado de aceptabilidad del riesgo”.

  

En consecuencia, seguro es todo aquello  cuyos riesgos se consideran aceptables. Además, Riesgo y Seguridad han de tomarse en cuenta dentro de la ecuación coste-beneficio: “no hay beneficio sin riesgo” (N. LIND).  Claro que tan elemental argumento es todavía relegado a segundo plano por los demagogos del bienestar, la pseudocultura y otros  sucedáneos. Los mismos, aún reconvertidos, no cejan, sin embargo, en vender a su clientela lecturas bastante diferentes, en una mixtura donde la obsesión  por la seguridad se emponzoña por la resaca dejada por teorías caducas.

 

 

2.-  Un sistema económico que sojuzga a las personas

  

Si la Salud es  la energía que permite vivir, la resistencia y el equilibrio ante el conflicto, competitividad, empleo precario,  y ciertos estilos de vida, son  factores  perjudiciales para esta forma de entender la Salud,  lo que se ve abundado cuando la persona, “cosificada” cual engranaje del sistema, ha de mendigar el mendrugo frente a mandaderos serviles, bajo el común denominador de un   yugo económico codicioso y crecido actualmente, propiciando que se generen todo tipo de abusos, a la vez que se fomenta el desinterés por el trabajo, que ya no es tal, sino rutina estéril y dañina.

  

Cuando el hombre ha de “lograr lo máximo en el menor tiempo posible, es decir ha de ser productivo, se convierte en aquello que propiamente debería definirse como un esclavo. ... El deseo de convertir a hombres en animales es el impulso más potente de la esclavitud” (2).

  

3.-  Plañideras, coristas y  comparsas

 

La prevención de riesgos laborales no puede ser movida únicamente desde sentimientos que se generan por determinados hechos luctuosos,  cuya onda expansiva surge  de sucesos cuya  violencia impacta de forma brusca, desde el dramatismo y la conmoción que de forma inesperada embarga al tejido social.  Pero, sucede tantas veces, acabado el tiempo de duelo parecen olvidarse,  pues “agentes sociales”,  plañideras, coristas, comparsas, todos ellos  muy  “profesionalizados”, sólo alzan la voz ocasionalmente, aunque con  perversidad calculada.  Luego han de volver a enquistarse en  la quietud y el relajo de  su diario vivir. 

  

Y así  no se llega a problema en su fondo.

  

Además, hay otras agresiones que se generan de forma lenta, insidiosa, pero que indudablemente causan  daños a la Salud, tanto que en  la actualización de tales riesgos  se puede seguir afirmando  que “el trabajo representa aún para muchos sufrimiento, mutilación, enfermedad y muerte”. Los sindicatos, debilitados y dóciles, entretenidos en administrar miseria, ya no son operativos, más aún  ante la pasividad frente a  “la ruptura programada de las solidaridares militantes”, infringida, ciertamente, desde otros ámbitos de poder económico.

  

4.- Una política de Seguridad Nacional en busca de un horizonte ético

 

Con carácter general, una Ley  de Prevención de Riesgos Laborales ha de traducirse en realidades sustantivas, capaces de ser apreciadas por los sujetos a quienes pretende proteger.  Es preciso dar un tratamiento a  múltiples problemas que desde hace años están demandando respuesta, como por ejemplo: actualización de las enfermedades profesionales, con un nuevo marco legislativo, pues el actual ha quedado francamente desfasado  (Decreto 1995/1978, 12 de mayo);  protección y tratamiento legal de las enfermedades del trabajo(3);  abordaje de las lesiones por microtraumas repetitivos; análisis con carácter  preventivo de las lesiones músculo esqueléticas de la fatiga laboral; la contaminación por el ruido; vibraciones;  afrontar, investigar, con inquietud científica, el desafío de la toxicología industrial, y un amplio etcétera.

 

 

Para ello, entre otras acciones, en lo técnico, es preciso disponer de expertos competentes en patología y Salud  Laboral, en biomecánica para la adecuación ergonómica del trabajo, para la prevención de gestos y posturas patógenas  (obsérvese, por ejemplo, como una gran mayoría de asientos están mas diseñados, provocando vicios posturales que generan a medio plazo lesiones irreparables).  Por otra parte,   políticamente las mutuas han de cuestionarse.  Los reconocimientos laborares con frecuencia son un mero trámite.

  

Todo esto  es algo distinto a lo que se pretende ofrecer con  titulados recientes,  muy  oportunos para algunas posiciones (4), exponente que muestra una consideración frívola  de la patología laboral  en un país, España, que en Europa figura tiene un record escandaloso  de víctimas por contingencias laborales. Las Mutuas de Accidentes de Trabajo y Enfermedades Profesionales  en estos últimos tiempos han visto ensanchado su horizonte, contando ya con una mano de obra, abundante,  barata y dócil, presta a actuar, y dejarse dirigir,  en  “El  gran teatro de los riesgos”.

  

Desde  la idea del conflicto de los sistemas, pero como expresión  precisamente de su existencia, de su vitalidad, con su componente caótico  y a la vez expansivo, aunque buscando lograr un equilibrio, o si se prefiere, una adecuada estabilidad (dando entrada a la tesis de la entropía), se han de asegurar las circunstancias idóneas para que se propicie un clima de continua comunicación, un “interface” de respeto mutuo, acatamiento que es obvio ha de rendirse a la majestuosidad de todo el sistema planetario, ¡tan lleno de vida!, que algunos obstinadamente se empecinan en destruir. Cuando ese flujo se enrarece y perturba, hostigando, ensuciando los mecanismos de permeabilidad, el conflicto pierde su esencia y dinamismo, surgiendo el “problema”, que reclama con urgencia un “sólvere”, lo que explica que, inexorablemente la homeostasis social termine por desbaratarse.

  

“Las personas son organizadas por el sistema que las emplea, no según sus facultades de seres humanos responsables, sin como tantos engranajes, palancas y sucesiones; no tiene importancia que su materia prima esté constituida por carne y sangre. O sea,  que usado como un elemento más de una  máquina, es un elemento más de la máquina” (WIENER).

  

Esta interpretación, cuyo eco retumba en el presente, sirva para el convencimiento de la ciudadanía para fijar un denominador común  universal de conducta, done la tecnología y ciencia no pueden deambular por separado, pues más tarde o más temprano se comprenderá que desde un planeamiento científico se llega a descubrir la necesidad  de un horizonte ético. Y también sirva para llevar a la reflexión de que, ya habiendo  oteado en ese horizonte ambiguo que es la felicidad, el anhelo más preciado del ser humano quizá sea encontrar  un equilibrio. Y  política y políticos no pueden desentenderse de tales  aspiraciones de la ciudadanía.

  

La importancia que la cuestión del riesgo ha adquirido en las  sociedades modernas lleva a pensar que es preciso darle un enfoque como disciplina, lo que ya hace años ha sido asumido por algunos países, con centros específicos para la investigación del Riesgo como entidad con sustantividad propia  La gestión de la cosa pública no puede desconocer tan importante capítulo, pensando en proteger la integridad y la vida de las personas, teniendo que adoptar las necesarias medidas de previsión, prevención y asistencia, encaminando los esfuerzos “hacia una política seguridad nacional” (LIND) como un escalón más dentro del marco de la Salud como concepto global y multidisciplinar, que evidentemente no se agota en estériles medidas ni en raquíticos y decrépitos esquemas sanitarios.

  

Por ello, el abanico de la prevención ha de potenciarse para que pueda conocer un despliegue pujante,  progresivo, creciente, favoreciendo un clima social capaz de inculcar a la ciudadanía una conciencia de riesgo, colectiva, sí, pero también individual, “incidiendo en la toma en consideración de las eventuales consecuencias nefastas de un acto particular” (DUCLOS),  única forma de luchar contra esa instintiva aversión donde se fraguan tantas conductas negligentes.

  

Mas para la consecución de comportamientos  duraderos, traducibles en acciones específicas, en resultados objetivos, se han de poner en marcha medidas educativas pertinentes, cosa distinta de la estridencia de las campañas publicitarias, y desde la más temprana edad. Es preciso construir la base: Educación para la Salud en  la Escuela, desde una Escuela Nueva, en sintonía como las exigencias del momento histórico, enseñando a convivir con los riesgos de cada época, entre ellos los laborales, y, además, prolongada en la vida laboral, propiciando actitudes higiénicas. La Medicina tiene un papel residual en la generación de Salud.

  

Tal empeño no puede ser ajeno a  la Enseñanza Cívica y al Sentido Ético, pues bien es cierto que “el progreso se han caracterizado sobre todo como progreso tecnológico y bastante poco como progreso cívico” (G. GIRARD), compaginando Riesgo y Cultura (DOUGLAS y WIDASVAKY), con la capacidad de responder al desafío que entrañan las modernas tecnologías. 

De seguir este orden un gran debate político esta pendiente. No se puede olvidar que la realidad  actual es deprimente, vergonzante para un país en Europa. Que la misma realidad gira costes humanos, sociales, económicos también, que en definitiva son los ciudadanos quienes lo han de soportar, siendo una importante vía por donde se descapitalizan los recursos de una  Nación. Una agresión constante a la Riqueza de un Pueblo. El control de riesgos es cuestión de Estado,  no puede delegarse

 

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© MR Jouvencel, enero/2005

 

(1) Ministro español de Sanidad, ante la reunión del Consejo de Europa,  Paris, 1984.   Mas sigan leyendo: “según el ministro de trabajo, en España tenemos las mejores condiciones de trabajo del mundo, ya que sólo murió en el  84 un trabajador por enfermedad profesional” (La Voz de Galicia, 15.08.1985, pág. 43). ¡Que herencia!

 

(2) E. CANNETI, Masa y Poder, 1983.

 

(3)  El concepto de “enfermedades del trabajo” fue ideado por GONZALEZ-ROTHVOSS, a raíz de la publicación la Ley de 13 de Julio de 1936 sobre enfermedades profesionales, entendiendo entonces este autor que “son enfermedades del trabajo aquellas que no derivándose de una consecuencia traumática o mecánica, no reúnen los requisitos precisos requeridos por la Ley de 13 de julio de 1936 para obtener su protección, y sin embargo, se derivan directa, indubitada, y principalmente del ejercicio de la profesión”. Es evidente que el cuadro todavía en vigor de Enfermedades Profesionales, en el sistema de la Seguridad Social (Decreto 1995/1978, 12 de mayo, BOE 25 de agosto) ha quedado francamente desfasado, aunque no es esto lo que ahora se viene a indicar,  sino algo más sutil, esto es, las llamadas Enfermedades del Trabajo, procesos que no se contemplan con criterio de lista, cuáles son las aludidas Enfermedades Profesionales.

 

(4) El Decreto 1497/99, de 24.09  (BOE 25.09.99), reguló un procedimiento excepcional para la obtención del título de médico especialistas, entre otros, especialista en Medicina del Trabajo, profesionales en número escaso hasta esa fecha. Cabe preguntarse cuál es la razón por la que los  títulos  obtenidos por esa vía en muchos concursos se le otorga menos puntuación, incluso ninguna,  frente a los especialistas que han seguido el proceso regular.