Reivindicación de San PancracioAntonio Bustamante, arquitecto, ergónomo La Prevención en los valles de lágrimasSi lo que debe hacer un prevencionista es prevenir los accidentes y si entendemos por accidentes los sucesos no deseados que causan daños a quien los padece, creo que la tarea del prevencionista ha de consistir en colaborar a evitar el daño no deseado. Porque el tema de reflexión que quiero plantear aquí es el del límite entre el daño deseado y el no deseado, y que intentar ayudar a evitar el daño deseado, es una actividad paradógica. Deseos sorprendentesUn masoquista le pide a un sádico: -Pégame El sádico contesta: -No. El viejo chiste ilustra lo que tienen de sorprendente algunos deseos. Y es que un sujeto no siempre desea lo que para nosotros pueda parecer “bueno” o “conveniente”. Cuando alguien se instala en la tristeza puede sucederle que, por no haber tenido experiencia suficiente de la alegría, no “sepa cómo” se está alegre y rehúya toda oportunidad de ser feliz. Y no es que sea tonto, sino que no sabe hacer otra cosa que vivir en desgracia. La desgracia, el dolor, la pena, todo, en fin, lo que es oficialmente negativo, no merece siempre el rechazo unánime de todas las personas que habitan en el mundo. No hay que ir muy lejos para ver, en celebraciones de Semana Santa, a cantidades importantes de hombres y mujeres aparentemente normales que se autocastigan por seguir una tradición en cuyos orígenes no vamos a entrar: vamos a quedarnos en las apariencias: los hay que se flagelan, otros andan descalzos ampliamente amarrados a una enorme cruz de madera, otros ayunan con el solo fin de sufrir, los hay que andan de rodillas sobre suelos irregulares… Todos estos actos de autoagresión se justifican por razones religiosas y quien así se daña a sí mismo no suele tener la conciencia de ser masoquista, ni tonto, ni nada malo ni negativo. Lo que quiero enmarcar aquí es la sorprendente normalidad con que el que se agrede pretende hacer lo que debe y estar, por tanto, actuando de manera conveniente. La autoagresión en la religión católicaAunque he visto imágenes de fieles de otras religiones que se autoagreden mucho, mi ignorancia de las respectivas doctrinas me obliga a centrarme en las autoagresiones de los fieles católicos ya que, sin haberlo pedido nunca, he recibido interminables lecciones, ejemplos y apologías de esta religión que, en mi infancia y juventud era “oficial” en España. La apología del martirio se nos inculcaba desde antes de tener uso de razón: desde los cinco años conocíamos muchas historias de niños torturados, quemados, congelados… Esto puede parecer trivial, pero no lo es, pues los humanos, en nuestra infancia tenemos mucha memoria tiempo antes de que tengamos un poco de raciocinio y, si cuando llegamos a la edad de razonar, sólo tenemos en la memoria las vidas ejemplares de santos a los que se martiriza sádicamente, mal podemos imaginar si no sería mejor tratar de alcanzar la santidad sin acabar hecho un Ecce Homo. Así, la idea de que lo bueno sólo se consigue con el dolor –que es esencialmente malo- es uno de los primeros conceptos que la educación católica impone a sus fieles. Para que el fiel se aficione al autosacrificio, el concepto de culpa viene que ni pintado y, en previsión de que el adepto pueda no sentirse culpable de nada, se le anuncia una culpa inevitable: el pecado original: uno es culpable por el mero hecho de existir y eso es ya una buena razón para empezar a flagelarse.
El concepto de culpa original, unido a la idea de que la culpa ha de ser castigada, da como resultado que el culpable original merece el castigo, que es una forma de aplacar la ira divina y, por lo tanto, de evitar males mayores. Para más ejemplarizar el daño, desde el concilio de Trento la iglesia católica ha apostado por la propaganda de la fe: una publicidad de lo bueno que es el sufrimiento para alcanzar el cielo. Para esta propagada ha utilizado la palabra y la imagen. Para la publicidad escrita, la iglesia romana ha contado con poetas y escritores cuya calidad artística merece el reconocimiento de creyentes y no creyentes, y en el terreno de las imágenes, los mejores pintores y escultores han puesto su arte al servicio del papado para expresar el dolor en sus facetas física y moral. La certeza de que la penitencia –o autoagresión- es buena porque nos redime de culpas, originales o contraídas, es pues una idea presente en nuestra cultura, cuyo arraigo viene de muy lejos y que no es patrimonio únicamente de fieles católicos romanos, pues hasta los ateos más convencidos se emocionan con el arte de los grandes maestros de la pintura que durante siglos, en muchas ocasiones se han ganado la vida ejemplarizando el dolor en sus cuadros. El hecho de que la divinidad de los católicos mande al suplicio a su propio hijo para redimir a una humanidad que, a pesar del sacrificio divino, ha de echar mano de penitencias y martirios para evitar caer en las llamas eternas, pone de manifiesto el interés que la doctrina católica tiene por el daño en general, al que presenta como vía de salvación. Con este fondo cultural en el país, no hay que extrañarse si a los paisanos les cuesta asociar un valor negativo al daño en general, ni si dan poco valor al riesgo y otorgan escasa importancia a su prevención. Por una religión preventivaLa actitud religiosa es una opción personal que ha de respetarse: quien decide creer en lo que no ve ni entiende, es muy libre de hacerlo; pero puestos a creer, ¿por qué no creer en algo conveniente? No sería mala idea creer que es conveniente evitar el daño y que una divinidad amiga ha de ver con buenos ojos que sus criaturas busquen el bien y eviten el mal. Los católicos que no deseen renunciar a su fe pueden acogerse al soterrado politeísmo de esta religión monoteísta acudiendo a sus divinidades menores benéficas. En efecto, una pluralidad de divinidades menores tienen papeles muy específicos y la feligresía confiará más en San Antonio de Padua que en Dios Padre cuando se trate de encontrar pareja, y en cuestiones de trabajo y salud, el abogado indiscutible en la cultura católica es San Pancracio: los creyentes harían bien en poner bajo su advocación la seguridad en el trabajo. En la página de la red http://www.corazones.org/santos/pancracio.htm se puede leer que el santo, además de prevencionista es: “Patrón contra falsos testimonios, contra perjurio, juramentos, tratados, dolores de cabeza y calambres”
Y en el portal de la red http://www.devocionario.com/santos/pancracio_2.html se nos propone la siguiente oración “¡Oh! glorioso San Pancracio, os pido me alcancéis las gracias que necesito y especialmente SALUD Y TRABAJO, a fin de que pueda presentarme ante vuestra imagen para daros gracias por los favores recibidos. Así sea.” Yo suprimiría lo de “a fin de que pueda presentarme ante vuestra imagen para daros gracias por los favores recibidos”, pues parece que con estas palabras queramos excitar al santo a que se mueva a ayudarnos con el fin inconfesable de regalarse con nuestro agradecimiento; no: pidámosle salud y trabajo y no prometamos ridículos agradecimientos a quien se nos dice que está viviendo en la gloria. La elección de San Pancracio puede salvarnos de la peligrosa devoción hacia imágenes ensangrentadas de santos, “ecce homos” y María Santísima con el corazón reiteradamente apuñalado. Los creyentes harían bien haciendo de la tendencia al bien y del rechazo del daño, las ideas básicas de su fe: depositando sus ansias de creer, en divinidades convenientes como el repetido San Pancracio. Por una prevención sin influencias culturales negativasEl ejemplo de la tendencia al daño en la religión católica no nos ha de hacer pensar que el único vicio en el campo de la prevención proviene de esta religión que fuera oficial en España. Otros factores que no son el deseo inconsciente de martirio, pueden jugar en la falta de respeto al riesgo; entre ellos el machismo grosero que exalta la hombría como encarnación de valores de hombre, especialmente la entereza o el valor. Desde esta ideología está mal visto adoptar medidas de seguridad, pues se consideran poco viriles las actitudes de temor ante el peligro. Tampoco está bien visto no ingerir abundancia de bebidas alcohólicas, lo que significa que estas actitudes machistas grupales ejercen sobre el individuo una mala influencia para su salud, además de inhibirle las razonables actitudes de prevención de riesgos. Así pues, propongo que se obligue a los diplomados en Prevención de Riesgos Laborales a superar con éxito una asignatura que se llame “Desaprendizaje de influencias culturales antiprevencionistas”. Aubonne, Junio de 2005
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