La fea costumbre del chivo
expiatorio
©
Antonio Bustamante
Prevenir
la inclinación al daño
Creo que en la Prevención de Riesgos Laborales no tenemos
en cuenta suficientemente la atracción que la persona que trabaja pueda sentir
por el riesgo: el deseo oculto que pueda tener de que le ocurran desgracias: el
posible amor al martirio de las personas a las que tratamos de ayudar a
protegerse de daños.
El elevado número de montañeros que han perecido intentando
subir al Montblanc sin las razonables garantías de seguridad, o que –al
intentarlo- han debido ser rescatados en helicóptero, nos hace pensar en los
imprudentes que han de asumir en lo venidero semejantes riesgos. Vistas las
dramáticas estadísticas, los que van, de ahora en adelante, a iniciar el ascenso
sin asegurarse de la idoneidad de las condiciones, van a hacerlo atraídos en
buena parte por el riesgo de acabar mal o peor. Y de alguna manera, atraídos
también por el placer del montañismo.
Quiero delimitar de qué voy a tratar aquí: el poco interés
por la prevención del riesgo no es lo mismo que la inclinación por el daño, y
dentro de ésta debemos descartar el masoquismo -la complacencia en sentirse
maltratado- de manera que nos quede aislado el concepto de inclinación "heroica"
al daño, sin autocomplacencia por el sufrimiento. Los flagelantes que se
autolesionan en nuestras procesiones de Semana Santa no me parecen masoquistas,
sino disciplinantes, y éstos llevan el sufrimiento como un deber, no como un
placer: el deber de soportar un fuerte dolor físico o moral como una prueba de
respeto a divinidades. Así es que voy a tratar de la atracción que pueda ejercer
el riesgo como una posibilidad remota de martirio para quien considere que el
martirio es una cosa buena y no una cosa mala.
Que las tres
grandes religiones monoteístas brillen por sus aspectos flajelantes me parece
una circunstancia a tener en cuenta por los que tratamos de que los paisanos de
culturas con fuerte influencia monoteísta no se lastimen.
La
influencia de la religión en la sociedad que llamamos occidental es tan palmaria
que el jefe de la Iglesia Católica pide que conste en la Constitución Europea el
papel fundamental del catolicismo en la construcción de lo que pueda ser Europa.
Yo, por mi parte, sugiero que se erradiquen de nuestra cultura los rasgos que
tienden a forzar al individuo a aceptar que pueda ser bueno el daño propio o el
ajeno y que se ensalcen los rasgos contrarios: los que provocan la prevención
del daño que pueda ser evitado.
De entre los
múltiples quebrantos que acechan a la persona que trabaja, hay algunos –como el
acoso moral- que pueden tener una fuerte relación con el efecto chivo
expiatorio, que intento presentar a continuación.
Antecedentes filogenéticos
El Dr Rober M. Sapolsky, de la Universidad de Stanford
observó a un grupo de papiones oliváceos, simios cuya estructura social es
piramidal y basada en la dominancia de los más fuertes. Sapolsky andaba detrás
de explicar el concepto de "stress" o tensión y publicó, sobre este tema, un
artículo,
utilizando el término ingenieril de “tensión” para nombrar la respuesta no
específica del organismo ante una agresión, o ante la probabilidad de una
agresión. Este término, en inglés, ha venido a nombrar un fenómeno psicofísico y
se ha generalizado y castellanizado: estrés.
En el artículo se analizaba la tensión -o estrés- en el
grupo de papiones oliváceos, relacionándola con el papel del individuo en el
grupo, ya fuera éste dominante o subordinado.
Sapolsky señaló, entre otras características de los monos
menos vulnerables al estrés, una que se evidenció cuando observaba su
comportamiento después de perder en un enfrentamiento entre congéneres. Tras una
lid perdida, suelen descargar su agresividad en un tercer individuo más débil y
así, uno de estos machos poco vulnerables al estrés, al salir huyendo de otro
que le impone a golpes su voluntad, no deja de mandar un pescozón al primer
congénere, más débil que él, que se cruce en su camino de huida. Parece que ese
castigo inmerecido del tercero más débil desahoga al que está siendo castigado
por el otro más fuerte: he aquí un comportamiento producto del efecto "chivo
expiatorio".
El hombre no es como el mono: su organización social es más
compleja y en ella, el efecto "chivo expiatorio" se da, no sólo a escala
individual, sino también a escala social: el cordero de Dios que quita
los pecados del mundo es el equivalente del mono más débil que recibe todos los
capones que cualquier individuo del grupo no puede dar a monos más fuertes -que
los merecerían- por temor a las probables represalias. El sacrificio de animales
con fines no nutritivos tiene por finalidad hacer purgar a un inocente las
faltas de un culpable que dispone del destino del limpio de culpa. En el alma
humana, pues, parece como si existiera un mecanismo que la predispusiera a
aceptar la legalidad de la injusticia que representa el que paguen justos por
pecadores, mientras los justos no estén en disposición de tomar venganza.
Esta necesidad de descargar la ira se manifiesta también en
el fenómeno de los celos: el celoso puede tender a agredir a la persona que
origina sus celos, como si ésta fuera culpable por no amarlo sobre todas las
cosas y, si esta persona es más débil, puede recibir del celoso fuerte el mismo
pescozón que el papión oliváceo prodiga a sus inferiores, o desaires todavía
mayores que el celoso se cree autorizado a cometer al sentirse agredido por el
desamor tal como sucede en culturas como la que produce el tango, cuando la
mujer no corresponde a las ansias totalitarias de su enamorado: la diosa pasa a
ser ramera rea de muerte (no consigo convencerme, cómo pude contenerme y ahí no
más no la maté).
No la mató, pero la deja tildada de prostituta por el hecho de haberse
“envilecido” por estar “ a otros brazos entregada”,
en vez de no tener a otro dios más que al que canta el tango y adorarle y
servirle sólo a él.
La fea
costumbre del chivo espiatorio está enraizada en nuestra cultura occidental
El Cristianismo propone la redención del género humano por
el sacrificio del Cordero de Dios, pero advierte que el Cordero de Dios
resucitará y juzgará a los vivos y a los muertos, y que los que sean condenados
en este juicio universal, serán arrojados a los infiernos, de donde no saldrán
nunca, así que podemos preguntarnos en qué ha consistido la redención, si luego
los malos le pagan al Cordero de Dios la factura de la limpieza que hizo de sus
pecados en el mundo. El Cordero de Dios se comporta aquí como un celoso que se
sacrifica por su amada (la Humanidad) pero que necesita del amor de ésta para
seguir siendo feliz; si los hombres no corresponden a su amor, el cordero
abandona su mansedumbre y se convierte en un Cristo vengador de la maldad de su
amada, a la que arroja a los infiernos sin ningún miramiento. La reacción del
Cordero de Dios es más parecida a la del amante no correspondido que a la del
chivo expiatorio.
Así pues, el efecto chivo expiatorio,
que es más viejo que el hombre, no ennoblece ni a los papiones oliváceos ni los
humanos, y resulta poco claro para los fieles el que una religión se base en
este concepto, asumiendo su fundador el papel de cordero expiatorio mundial, que
se sacrifica para quitar todos los pecados del mundo; los quita del mundo pero
se los lleva a un juzgado celestial para pasar cuentas y condenar severamente a
todo el que tenga más de malo que de bueno.
Hay que señalar la incoherencia que
representa anunciar una redención que sólo vale para los buenos: eso quiere
decir que siendo bueno no se tiene derecho a la salvación, que el hombre, por sí
sólo, puede condenarse, pero por sí sólo no puede salvarse, y eso es tratar al
ser humano de malo, aunque sea bueno: con esa doctrina, el hombre es tratado
como chivo expiatorio, porque sin haber hecho nada malo, ya está condenado: todo
eso para que pueda venir luego un mesías y ejerza de salvador, al precio de
hacer él también de chivo expiatorio: un verdadero laberinto de horrores.
Un
monumento que ejemplariza el concepto de chivo espiatorio
La discutible idea de que paguen justos
por pecadores se encuentra celebrada y exaltada en el políptico de los hermanos
Van Eyck titulado "El Cordero Místico". Este cuadro múltiple fue objeto de
adoración por primera vez en el año 1432, en una capilla de la iglesia de San
Juan, la catedral de Gante, conocida como la capilla Vyd, del nombre de donante
Judocus Vyd, rico financiero gantés que remató su pía acción sufragando los
gastos de esta gran obra de propaganda de la fe católica, auténtica maravilla
del arte de todos los tiempos.
El tema de esta obra es múltiple, pues
en ella aparecen 24 cuadros, 24 obras maestras, organizados según el sistema de
los trípticos, en una especie de armario de dos puertas pintadas que, al
abrirse, muestra el fondo pintado de un armario sin profundidad, encajado entre
las dos caras interiores de las puertas abiertas, que también están pintadas. En
"El Cordero", cada una de estas superficies está dividida en diversos cuadros:
cada una de las caras exteriores de los armarios tiene seis cuadros , las
interiores: cuatro, y el fondo del armario: cuatro. Por eso: por tener tantos
cuadros, a este tríptico lo llaman "políptico".
El asunto -diana de los múltiples temas
de esta obra es el que le da título: el Cordero Místico. Ya el título es algo
hermético: la mística es la parte de la teología dogmática y moral que se
refiere a la perfección de la vida cristiana en las relaciones más íntimas que
tiene la humana inteligencia con Dios. Pero por lo que se ve en la obra, el
título más claro sería "El Cordero de Dios que quita los pecados del mundo": lo
más parecido a un chivo expiatorio universal. La obra es muy narrativa: nos
cuenta cómo Judocus Vyd y su esposa pagan los gastos, que San Juan Evangelista -
que acuñó el nombre de "Cordero Místico"-, siempre ha sido representado con un
cordero, que profetas y sibilas ya anunciaron la venida de ese Cordero, que fue
concebido por obra del Espíritu Santo para limpiar con su sangre el pecado de
Adán y Eva, que éstos generaron una población de seres malos que en seguida
empezaron a matarse entre sí. Y que para salvar a los descendientes de los
primeros pecadores, Dios Padre envía a Dios Espíritu Santo para engendre en
María Virgen a Dios Hijo; este aparece en forma de cordero que -subido a un
altar y mirando al espectador- derrama su sangre, en certero chorro, en un cáliz
de oro mientras es jaleado e inciensado por un corro de ángeles. El incienso nos
certifica que, bajo la apariencia del cordero, está Dios. Ángeles músicos ocupan
dos cuadros de la obra, tocando y cantando, y en cinco cuadros más aparecen,
clasificados, santos y santas que han alcanzado la gloria por medios diversos:
son los beneficiarios de la sangre derramada por el Cordero: son un ejemplo a
seguir: los que han correspondido al amor si límites del Cordero. Los que no han
correspondido a esta entrega también son protagonistas -aunque ausentes- de esta
obra en que sólo aparecen los santos: a los que no están en esta pintura podemos
encontrarlos en cualquier otra que tenga como tema el Juicio Universal: allí los
veremos, arrojados a los infiernos para sufrir eternamente por sus pecados, es
decir por no haber correspondido -como Dios manda- al amor del Cordero.
Parte central del interior del políptico "El Cordero
Místico" de Van Eyck. Catedral de Gante
La figura del Dios Padre que aparece en el lugar principal
del interior del políptico, merece especial atención, pues tiene atributos de la
figura del Dios Hijo, como son la edad y el hecho de estar señalado por San Juan
Bautista; este siempre anunció la venida del Hijo, no la del Padre. En efecto,
lo que se nos presenta es la imagen de Cristo en su papel de juez. Al no
aparecer explícitamente la figura del Padre, se evita así la alusión a la
discutible decisión del Padre de enviar a su Hijo al sacrificio; presentada así,
la Trinidad queda reducida a Dualidad: sólo queda Cristo y el Espíritu Santo, y
el Cristo-juez se sacrifica a sí mismo (el Cristo-cordero), no siendo
sacrificado por su Padre. Este apaño en la presentación de la Trinidad pone de
manifiesto el papel pasado de moda de un Jehová a la manera del Antiguo
testamento, sin sensibilidad para amar a su Hijo como a Sí mismo, y hay que
reconocerle a los autores de este recital teológico que es "El Cordero Místico",
la sutileza de haber sabido borrar el rasgo más terrible del Dios Padre: mandar
a su Hijo a la cruz. Si la máxima jerarquía divina hace eso con su propio hijo,
no es extraño que los fieles tiendan a hacer apología del daño.
Lo que retenemos aquí de esta pintura tan rica en conceptos
narrativos es la exaltación del tema del chivo expiatorio -e indirectamente, de
los celos- tratados como algo que practica el propio Dios: esta obra, que
diviniza la injusticia y legitima el castigo del inocente, también justifica y
da apoyo moral al celoso vengativo. Debido a su enorme valor artístico, este
políptico, por su sola existencia, es testimonio de lo muy enraizado y de lo muy
aceptado que está en nuestra cultura el efecto chivo expiatorio. No debería
parecernos normal el hecho de que los buenos paguen por los malvados; lo que se
anuncia en esta obra maestra debería ser para nosotros tan ajeno y condenable
como los sacrificios humanos de la América Precolombina.
consecuencias nefastas de La fea costumbre del chivo espiatorio
Unamuno criticaba la justicia militar acusándola de
contentarse con un castigo indiscriminado para purgar una falta concreta, no
importando para ella si el transgresor y el castigado eran la misma persona. El
que las faltas hayan de ser lavadas con sacrificio, sin importar si se castiga a
justos o a pecadores no es un invento militar: la religión judía llevaba siglos
martirizando animales para que lavaran los pecados de los hombres, antes de que
los romanos difundieran su cultura a punta de lanza de sus falanges y mucho
antes de que la fundieran con el cristianismo cuando las lanzas no alcanzaron a
imponer imperio. Don Miguel de Unamuno, al acusar a los militares de castigar a
chivos expiatorios, los utiliza como chivo expiatorio de una fea costumbre es de
origen religioso –que no militar-.
Desde el punto de vista de la Sociología, es importante el
efecto "chivo expiatorio" por lo fácilmente que funciona el mecanismo que se
pone en marcha cuando un grupo desplaza sus propios problemas e imagina un
responsable -no necesariamente culpable- al que castiga sin razón real. El hecho
de que un grupo humano reconozca un enemigo común, hace que aumente la cohesión
del grupo. Cuando el líder desea cohesionar a su grupo fuertemente, puede buscar
un enemigo común con estos fines; si no lo encuentra, puede inventarlo y para
ello podrá escoger entre los posibles enemigos, a aquel que tenga alguna
característica que pueda ser negativa a los ojos del grupo y tratar de
magnificar la negatividad encontrada en el chivo expiatorio con el fin inmediato
de que el grupo lo odie, y el fin remoto de que el grupo se cohesione alrededor
del líder que -vigía de su rebaño- ha denunciado al enemigo común. El chivo
expiatorio, pues, no siempre es aceptado como bueno e inocente por la comunidad
que lo inmola: a veces esta comunidad se esfuerza en condenarlo imputándole la
responsabilidad de algo, antes de sacrificarlo.
También es de destacar que el efecto chivo expiatorio
funciona en comunidades de diversos tamaños: desde un pequeño grupo a una nación
grande. La apreciación del presidente de los Estados Unidos estaba muy baja
cuando, antes del 11 de septiembre, ese hombre daba una imagen de gandul poco
afecto al trabajo; la desgracia de aquel día –que ponía de relieve la
importancia de un enemigo común- hizo que esa nación cerrara filas alrededor del
ocioso presidente que, a fin de cuentas era el que había. La necesidad de chivo
expiatorio es tan acuciante, que el bulo de asociar al atacante Bin Laden con
otro sujeto que no les había atacado, funcionó: Sadam Husein pagó por Bin Laden
y sus perseguidores no se sonrojan en reconocer -una vez el chivo expiatorio
capturado y encarcelado- que se equivocaron al decir al mundo que uno y otro
eran la misma cosa, alegando que, de todas formas, el mundo está mejor sin
Sadam. Yo opino que el mundo estaría mejor si los sujetos que son capaces de
oficiar tales desaguisados con chivos expiatorios, no tuvieran la capacidad de
llevarlos a cabo. El talante bíblico que el evangelista Bush le da su guerra,
dividiendo torpemente el mundo en buenos y malos y declarando evangélicamente
que quien no está con él está contra él, se basa en los aspectos más negativos
de la tradición judeo-cristiana, de la misma tradición de la que alguien más
instruido podría sacar conceptos como "paz, amor, caridad, solidaridad, etc.",
más positivos y esperanzadores. La necedad de oponer el Cristianismo al Islam,
entrando al trapo de la provocación terrorista y haciendo gala del mismo
desprecio del valor de la vida humana que hacen los provocadores, es cuando
menos, impropia de un buen prevencionista de riesgos internacionales.
En esta carrera de ineptitud hemos de reflexionar sobre el
hecho de que los que Bush llama "malos" utilizan el martirio como arma. Hasta no
hace muchos años yo sólo conocía la existencia de los mártires de la
Cristiandad: personajes históricos o de ficción que daban su vida por el dios de
los cristianos. Actualmente el número de mártires del Islam crece cada día. Y
unos y otros se inmolaron y se inmolan heroicamente con la convicción de que su
suicidio será bien visto por su dios respectivo.
No hemos de extrañarnos si una tradición tan fuertemente
enraizada en la sociedad, que produce en algunos sujetos la necesidad de
suicidarse brutalmente en condiciones extremas, produzca en condiciones menos
graves, la inclinación de la mayoría a descuidar la prevención del daño y, por
lo tanto a no tomar en consideración los riesgos, sea a escala personal,
nacional o mundial.
Puestos a tener fe en algo, haríamos bien en creer que el
daño no es necesario.
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