Me rindo o
Principio de incertidumbre de casi todo lo
que tiene interés
Antonio
Bustamante

El teorema de goedel
El asunto es patético:
desde dentro de la Aritmética no puede demostrarse la consistencia de la
Aritmética, por suerte, desde fuera de ella , sí: menos mal.
Un sistema lógico es
consistente cuando -utilizando sus reglas- no puede llegarse a una conclusión y
a su contraria: cuando no se puede demostrar “A” y “no A” a partir de las mismas
reglas.
La demostración de esta
especie de maldición bíblica ha aterrorizado a más de uno: si la Lógica de un
sistema sólo puede certificarse desde fuera, estamos apañados los que no podemos
salirnos del sistema al que tratamos de dar coherencia: y este es el caso de
quien trata de dar coherencia al conjunto de reglas que pretenden regir el
bienestar y la salud de los ciudadanos. Si el enunciado del teorema de Goedel
puede exportarse a las mal llamadas ciencias del bienestar, su aplicación a
estas disciplinas vendría a decir que para juzgar la mejora o empeoramiento de
la calidad de vida de los ciudadanos hay que hacerlo desde fuera de la sociedad
que estos forman. Aquí el teorema de Goedel encuentra al viejo refrán: no se
puede ser juez y parte.
El juez es una parte de
un conjunto que se toma la libertad de enunciar lo que está bien y lo que está
mal de este conjunto. El primer juez que ha dejado jurisprudencia escrita es el
rey Hammurabi de Babilonia, y ya este monarca barruntaba que no se puede juzgar
al conjunto formando parte de él, así que lo primero que expuso en su famoso
código fue la inspiración divina que le había asistido para hacer tantas cosas
como había hecho y para hacerlas tan bien. Al tener la "humildad" de atribuir a
los dioses la bondad de sus sentencias, el astuto Hammurabi ponía fuera del
conjunto la fuente de inspiración del juicio y eso daba solvencia a sus
veredictos. En la estela donde está escrito el Código de Hammurabi aparece este,
de pie, oyendo lo que le dicta un dios Sol sentado. Hay que maravillarse ante la
astucia del babilonio que no conocía el teorema de Goedel, pero que actuaba como
si lo conociera de siempre.
Pero si el rey-juez de
Babilonia se decía aconsejado por los dioses -especialistas, cada uno de ellos,
en un aspecto distinto de las cosas de la vida-, los profetas del Antiguo
Testamento aplicaron más a rajatabla las enseñanzas del teorema de Goedel al
afirmar que ellos no hacían nada más que hablar en nombre de un dios
todopoderoso que estaba -obviamente- fuera del conjunto formado por los hombres
pocopoderosos. Moisés es un ejemplo de propagandista casi neolítico que aplica
lo que la sociedad tardaría milenios en descubrir “pseudo-científicamente”: que
no se puede juzgar la coherencia de una sociedad si se forma parte de ella; por
eso no les dice a los judíos lo primero que se le ocurre en cuanto se le ocurre,
sino que se aparta del pueblo, sube al monte en solitario y baja del monte
cargado con las Tablas de la Ley de Dios, que dice escritas por Yavé en persona.
Para que quede claro que
lo que él divulga son palabras de Jehová, dedica el 40% de la normativa a los
deberes de latría para con el supuesto legislador: Jehová:
1 No tendrás
otros dioses
2 No harás
imágenes ni te postrarás ante ellas
3 No tomarás el
nombre de Yavé en vano
4 Santificarás
el día de reposo
Y los seis mandamientos
restantes que aparecen en la Vulgata se refieren al orden social:
5 Honrarás a tu
padre y a tu madre
6 No matarás
7 No cometerás
adulterio
8 No hurtarás
9 No dirás
falso testimonio
10 No codiciarás
la casa, la mujer, el siervo, la sierva, el buey, el asno.... de tu prójimo.
Cuatro órdenes están
orientadas a reforzar la imagen del autor del Decálogo, que está fuera de la
sociedad que trata de reglamentar, y seis órdenes concretan seis preceptos a
cumplir por parte de los que forman esa sociedad.
Queda claro, pues, que
desde que ha habido hombres dispuestos a dar reglas generales que rijan para
toda la sociedad, estos hombres han intuido que precisaban del prestigio que da
el contemplar a esta sociedad desde fuera, tal como hacen los dioses
mesopotámicos, y el dios monoteísta de los judíos. Por eso los profetas hablan
en nombre de El Que Está Fuera del Conjunto.
No deja de ser curioso
el hecho de que la Ciencia nazca en la Grecia en la que los dioses -de futuro
incierto- están, a su vez, sujetos a la fatalidad y a los caprichos de un
destino que desconocen: en la Antigua Grecia todo dios está dentro del conjunto.
La gran pregunta
Desde que me intereso
por el par hombre-mueble, parodiando a los protoergónomos que se interesaron por
el par hombre-máquina, ando preocupado por cómo lograr demostrar la conveniencia
o inconveniencia de unos artefactos que, por ser lo que son, inducen posturas en
sus usuarios. El interés del asunto reside en que esas posturas pueden ser
malsanas, y adoptar repetidamente posturas malsanas puede ser malo para la
salud. Yo había preparado un proyecto de experiencia a llevar a cabo entre la
población escolar; este proyecto, que me parecía muy riguroso, pretendía
comparar, en términos de “mejor que” y “peor que” la conveniencia de
configuraciones determinadas de mobiliario escolar. Expuse mi proyecto al Dr
Federico Balagué, reumatólogo del hospital de Friburgo que tuvo la amabilidad de
considerarlo y, de paso, ayudarme a reconsiderarlo, y al acabar la entrevista,
me fui con una pregunta por resolver: como en esos cuentos zen en que el
discípulo le dice algo al maestro y este le sale por peteneras y justo ahí el
discípulo ve la luz, o ve que lo ve todo muy poco claro. Lo mío no fue tan
espectacular: salí convencido de que lo que yo pretendía era sensato, pero el
concepto de “sensato" no es científico: lo científico sería responder a la gran
pregunta que se me formulaba ella sola, inducida por las reflexiones que me
hacía el Dr Balagué.
La gran pregunta es :
¿es posible evaluar fiablemente la conveniencia de una modificación del
mobiliario para la docencia en las escuelas?
Primero hay que definir
“la conveniencia”, segundo: concretar la manera de evaluarla, y
tercero: demostrar que
la evaluación es fiable.
Diremos que un
mobiliario escolar “A” es más conveniente que otro “B”, cuando “A” provoca menos
trastornos que “B” en la salud de sus usuarios.
Evaluar la influencia
del mobiliario escolar en la salud del alumnado usuario, requiere la definición
previa de a que tipo de influencia nos referimos. Admitiremos que el único
efecto del mobiliario escolar en la salud del alumnado es el causado por la
postura que el moblaje induce en el cuerpo del usuario. Prescindiremos así de la
posible toxicidad de los materiales, del efecto no neutro de la calidad estética
del mobiliario, del efecto psicológico que los colores provocan en el usuario y
de las circunstancias ajenas al mobiliario en sí que constituyen acciones no
directamente dirigidas a la salud del alumno, pero con repercusiones sobre ella,
en bien o en mal. Si prescindimos de controlar estas variables es porque no nos
es posible hacerlo.
Para medir, con las
restricciones citadas, el efecto del mobiliario escolar sobre sus usuarios,
podríamos establecer el seguimiento de un gran número de alumnos que, habiendo
utilizado durante todo el periodo escolar el mobiliario experimental, fueran
observados durante toda su vida por equipos médicos que pudieran opinar -cada
vez que el sujeto presentara alteraciones de la salud- sobre la posible
relación entre la alteración observada y el mobiliario de la etapa escolar del
sujeto.
Otro grupo de un gran
número de alumnos que hubiera utilizado durante todo el periodo escolar un
mobiliario no experimental sería seguido y controlado durante toda su vida por
los mismos equipos médicos, con los mismos criterios de control empleados con el
grupo experimental.
Antes de continuar el
examen del pliego de condiciones del experimento, parémonos a sopesar las
dificultades más evidentes:
Si bien está claro a qué
nos referimos cuando hablamos de “mobiliario experimental”, no lo está al
referirnos a “ mobiliario no experimental”: este debería ser un mobiliario igual
para todo el grupo de referencia y el experimento solo sería válido para
comparar estos dos tipos de mobiliario. La realidad es que en los centros
docentes conviven varios tipos de mobiliario y no podemos establecer con la
seriedad requerida el concepto de “ mobiliario no experimental”, por la
incapacidad que tenemos de definirlo.
El equipo médico debería
trabajar en la observación de las dos poblaciones desde principio de la primera
escolaridad de estas hasta -por lo menos- el año de la defunción del escolar
observado más longevo: los médicos que comenzaran la experiencia no podrían
albergar la esperanza de ver su final.
Si esta experiencia se
hubiera iniciado en los años 70, la llegada del ordenador a las aulas hubiera
significado un cambio imprevisible en la manera de utilizar el mobiliario; esto
hubiera obligado a reiniciar la experiencia no antes de los años 90.
Los grupos de
observación y de referencia habrían de ser lo más homogéneos posible, desde el
punto de vista social, económico y cultural. Y cada grupo habría de ser cuanto
más numeroso, mejor: una clase de 30 alumnos sería ampliamente insuficiente para
nuestro caso. Si los grupos de observación y de referencia se reclutan en un
solo centro, se precisarían no menos de diez promociones de alumnos para
justificar la fiabilidad de la experiencia.
Suponiendo que los
inconvenientes ya citados se superaran, no podríamos medir las consecuencias del
“efecto protagonista” que padecerían los alumnos del grupo de observación,
efecto que no depende del mobiliario experimental, sino que está inducido por
él. Y también los alumnos del grupo de referencia padecerían del inevitable
“efecto protagonista” con consecuencias difícilmente previsibles. Es atractiva
la idea de conjeturar sobre la influencia del “efecto protagonista” en esta
posible experiencia: es atractiva pero inútil, porque la experiencia no es
posible: es imposible. Esto no nos impide conjeturar que no es posible evaluar
fiablemente la conveniencia de una modificación del mobiliario para la docencia
en las escuelas, con talante científico. evidencia de que la evaluación no es
fiable, o Principio de incertidumbre de casi todo lo que tiene interés.
La evaluación que
proponemos no es fiable, pues no podemos pretender realizar un razonamiento con
talante científico sobre una experiencia que nos es imposible llevar a cabo.
La imposibilidad de
demostrar lo que nos parece evidente es una fuente de angustia, tanto mayor
cuanto más importante nos parezca el asunto indemostrable. Pero hemos de aceptar
que es mejor no tratar de engañar -bajo la excusa de que el fin justifica los
medios- porque con esta regla del juego puede llegarse a estar convencido de
poseer la verdad, la exclusividad del bien y a disculpar cualquier crimen. Así
que nos limitaremos a manifestar “a mí me parece que...” o “apuesto a que...” en
vez de “tal como queda demostrado...” Esto nos permite llegar a conclusiones de
precisión ambigua como la que dice: algunos hombres y mujeres calzados del siglo
XX tenían unas medidas corporales parecidas a las que aparecen en la ilustración
de la primera página de este texto: no es un concepto de enorme importancia,
pero no es falso ni pretende un rigor que no tiene.
Este remedo del
principio de incertidumbre de Heisemberg se me antoja un ejercicio espiritual de
realismo que ayuda a aterrizar a quien ha echado a volar con el método
científico y -sin darse cuenta- ha puesto a la Ciencia donde Moisés ponía a
Yavé: fuera y por encima del hombre, y capaz, por lo tanto, de juzgar la
coherencia de todo lo que tiene interés para el ser humano.
Para consolarnos del
reconocimiento de tan triste situación, recordemos las palabras de Aristóteles
que nos ayudarán a recentrar la cuestión:
"Nuestra aspiración, en
efecto, no es saber qué es la fortaleza, sino ser fuertes; no saber qué es la
justicia, sino ser justos, de la misma manera que deseamos estar sanos más bien
que averiguar en qué consiste la salud, y gozar de buena constitución corporal
más bien que averiguar en qué consiste la buena constitución corporal."
[1]
Antonio Bustamante, en
Aubonne, entre algún día de diciembre de 2003 y hasta el 11 de enero de 2004 a
las 12.44h según mi reló, en respuesta a una incómoda pregunta inducida por las
reflexiones que me hizo el Dr Federico Balagué, en Friburgo, el 27 de noviembre
de 2003, a eso de las 11.30h.[2]
[1]
Aristóteles. Etica a Eudemo.
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